Mi ciudad favorita sobre dos ruedas.

Creo que todos los que hemos viajado un poco, por España, Europa o cualquier otro rincón del mundo, tenemos una ciudad que nos ha robado el corazón.
La mía, sin lugar a dudas, es Ámsterdam.

Allí, los días no comienzan con el rugido de motores, sino con el suave girar de las ruedas y ese sonido inconfundible de los adoquines bajo las bicicletas.
En Ámsterdam, la bici no es solo un medio de transporte, es una forma de vida.

Más del 60% de los desplazamientos diarios se hacen pedaleando. No importa si eres un estudiante, un abuelo o un ejecutivo; si llueve, nieva o brilla el sol… las dos ruedas mandan.

Para mí, la bicicleta allí es libertad. Es hacer ejercicio sin pensarlo, es dejarte envolver por el olor del pan recién hecho al pasar frente a una panadería, es sentir el viento fresco de una tarde de primavera.

Gracias a mi trabajo, he tenido la suerte de visitar muchas veces la ciudad. Y siempre, siempre, he buscado un rato para perderme por sus canales sobre dos ruedas. Me encantaban esas tardes largas en las que pedaleaba sin prisa, sintiendo cómo la ciudad respira. Ámsterdam me enseñó que ir despacio también es avanzar.

Otra cosa que me fascina son sus interminables carriles bici, donde las dos ruedas tienen prioridad absoluta. Ver familias enteras pedaleando juntas, bicicletas de todos los colores y estilos, es un espectáculo cotidiano.

Ahora que me he asentado en tierra firme, sé que no podré visitarla tan a menudo. Pero tengo clarísimo que volveré, y esta vez lo haré con mi familia. Porque Ámsterdam es de esas ciudades que se disfrutan más cuando se comparten… sobre todo, desde el sillín de una bicicleta.



Descubre más desde crisbudinol

Suscríbete y recibe las últimas entradas en tu correo electrónico.

Deja un comentario